viernes, 28 de marzo de 2008

Un viaje al interior

Como gran capitán que soy, amable con mis grumetes, y elegante ante todo, invité a cuatro de ellos a una expedición de interior. Hacía tiempo que no me aventuraba por aquellos lugares salvajes, con fauna y flora diversa, si bien alguna escondida, que tan bien describía mi viejo amigo de taberna Emilio Salgari. Recordaba con nostalgia aquellos tiempos de aventuras, donde nos enfrentábamos a las más temibles fieras de las selvas. Nos gustaban especialmente esas aventuras, porque como marineros honrados que somos, pasamos largas temporadas en la mar sin pisar tierra firme. De manera que cuando se atisba la posibilidad de una caminata por un sendero, no podemos negarnos.
Mis grumetes llevaban tiempo sin pisar tierra firme, así que después de dejar el navío a buen recaudo decidí llevarlos a la sierra de los Ancares, para que disfrutasen de las alturas, y del trato amable de los lugareños que seguro nos ofrecerían, o más les valiese, porque el que aquí escribe, el Capitan Pochiman Cook no tiene ningún problema en enfrentarse en duelo con cualquiera.
El camino por el que llegamos fue duro, pero la noche ocultó algunos senderos peligrosos a nuestros ojos.
Después de hablar con la posadera, cenamos en el albergue donde nos habíamos de alojar. Había varias elecciones que si mi ya vieja mente recuerda bien eran: caldo galego o ensalada mixta de primero. Y de segundo, más variados manjares. Costilla, cordero y huevos fritos con jamón fueron los elegidos. Sólo yo me decanté por el caldo, aunque satisfactorio de sabor, muy pobre en su presentación. Seguramente los lectores, quizás algo ignorantes, pensarán qué tipo de presentación se puede esperar de un plato de caldo. Amigos míos, cualquiera que no se parezca a un plato de algas recién cogidas del mar. Algas que por cierto tomé en numerosas ocasiones en la mar cuando... creo que me desvío.
La ensalada mixta, creo que no merecería más elogio que el decir que aquel plato era una ensalada, nada más.
Hablando un poco de los segundos, parece que los huevos ganaron la disputa, probablemente tanto en sabor como en presentación, por encima de todo esta última, pues hacía de un simple plato algo muy apetecible. Así que mis grumetes masculinos acertaron. Una de mis grumetes tomó la decisión, algo increíble en ella, de tomar cordero, que no degusté pero creo que no fue nada especial. La costilla, que tanto la otra grumete como yo tomamos, no dejaban de ser costillas cocidas, sin ningún aliciente a destacar, y que por tanto no merecen más mención.
De postre tuvimos lo siguiente: fruta, yogur, tarta helada, tarta de queso, tarta de almendra, flan, melocotón y piña. Por ese orden.
Visto que no había mucha marcha en ese albergue decidí invitar también al albergue de enfrente, donde había más ambiente, para tomar unas jarras. No recuerdo bien que tomaron mis grumetes, sólo diré que mi cola cao, servido con el bote en la mesa, y nada de los modernos y aterradores sobres, fue la envidia del local.
Al día siguiente, después de un viaje agotador, mis grumetes merecían otra buena cena. No he comentado nada de la comida, pues fue campestre totalmente, ni tampoco del desayuno, unas tostadas y pa casa. De primero elegimos guisantes con bacon y creo que se repitió la ensalada. De segundo, la tentación del día anterior de los huevos con jamón llevó a repetir plato, y por otro lado lomo con patatas. Platos sencillos, que cumplieron las expectativas.
Debo decir que no hubo cenas lo suficientemente satisfactorias para nosotros, pero visto el lugar donde estábamos, lejos de la civilización, no podíamos aspirar a mucho más.
No quisiera dejar de mencionar dos aspectos de este rural. El primero es el camino al borde del desfiladero por el que visitamos las pallozas típicas de estos pueblos. Y el segundo, y el más importante, que tiene lugar con el albergue en el que habitamos, es la amabilidad de la posadera para ponerme un ventanuco que me recordase a mi camarote que tanta morriña me produjo.
Al día siguiente fuimos a Ponferrada, lugar donde alguna batalla libré en ese ahora derruido castillo.
La comida ocurrió en una casa convencional, con baño convencional, con... era sencillamente una casa convertida en restaurante y sin gastar un duro en la conversión. Por no hacer una sangría en aquel lugar al ver los precios, decidimos tomar todos unas pechugas de pollo con variadas salsas. Yo no acepté salsa, pues me encontré un poco gordo.
Poco nos gustó el sitio que fuimos a una pastelería o lo que fuese para coger algo de postre.
Este artículo abarcó algo más que aspecto culinarios. Pero creo que está justificado, debido a que los placeres del yantar en nuestro viaje fueron muy limitados. Y de todas formas, un capitán no se justifica nunca, ¡pardiez!

No hay comentarios: